Parece
actualmente necesario más que nunca plantear que un auténtico orden social no
consiste en otra cosa que en la relación solidaria entre sus partes, a
diferencia de lo que sucede hoy con el mercado, que pretende, de hecho, convertirse
en un regulador absoluto de la totalidad del sistema social. En este contexto,
parece crucial la definición y creación de
un nuevo tipo de empresa que actúe como una célula a partir de la cual pueda
conformarse un nuevo tejido social.
El objetivo de la nueva empresa
debería realizarse, con la urgencia que los tiempos reclaman, sobre la base de
lo que es una economía libre, que a nuestra
manera de ver no puede entenderse de otra manera que tomando como el referente
esencial de la misma el trabajo libre y, por tanto, vocacional. Una economía de
trabajo libre es, pues, la única que en realidad puede llamarse transparente,
por cuanto es la meta más legítima, ya que siempre tendremos que trabajar.
Pero, además, para que la
transparencia sea más real, es necesario tener un grado de experiencia de cómo
vive el otro, lo cual es imposible si las diferencias sociales son tales como
las que rigen hoy en y entre nuestras sociedades. Por ello, la creación de una
economía de trabajo libre no parece posible sin la definición, a su vez, de un nuevo tipo de propiedad. La que damos en
llamar propiedad
creadora posee como objetivo primordial el de eliminar las barreras entre los seres humanos desterrando el lucro a
través de la asunción voluntaria de un tope a los ingresos privados.
Queremos llamar a este tipo de
empresa “antroponómica”, esto es, aquella que tiene por ley (nomos) al ser humano (anthropos) y no al beneficio, y que es
el nombre que nos parece mejor responde a los fines en relación a los cuales esta
empresa ha nacido. En ella, el objetivo básico
de los ingresos que se reciben a través del trabajo sería el vivir en la
dignidad de poder dar. El objetivo de la verdadera vida, pensamos, es
recibir para dar (dar sin humillar); no dar para recibir, que es la lógica de la empresa
capitalista. Y tal objetivo sólo puede cubrirse con el desarrollo de la
creatividad humana, imposible en un mundo guiado por la lógica de la
acumulación privada.
Por ello, en la nueva empresa el beneficio debe ser el subproducto, mientras
que el objetivo fundamental debe ser el ser humano, y no al contrario. No
queremos que el servicio público se convierta en un subproducto del beneficio,
y menos aún del lucro, sino a la inversa, que el beneficio no sea sino el
subproducto de un buen servicio público. Y parece evidente que sólo puede
conseguirse transparencia en el mercado bajo esta condición. No creemos, en una
palabra, que la mano invisible del mercado arregle nada, como se demuestra
fehacientemente ahora, que esa mano invisible se lleva los ahorros de los menos
pudientes; y tampoco creemos en el egoísmo como una fuerza productiva.
En el modelo de empresa que proponemos, ni el empresario ni el trabajador
son unos medios de la empresa, sino unos fines. Y el beneficio no puede ser indiferente al producto; es
decir, no se puede ofrecer cualquier cosa, especialmente cuando existen
necesidades más perentorias que cubrir. La nueva empresa, pues, debe estar
vinculada a un producto ligado a su vez a unos valores determinados. En este
sentido, uno de los aspectos más importantes a asumir es la transparencia, entendida también,
precisamente, como mejora de la oferta. Todo lo anterior tiene mucho que ver
con lo que hemos llamado ecología de la cultura.
La cultura no resiste –no puede resistir- la presión del mercado, y la buena
cultura no sirve para evadir; la buena cultura absorbe e integra, no evade.
Por último, y por lo que se refiere a la competencia, ésta se ha
considerado tradicionalmente un estímulo necesario. No obstante, parece
actualmente más visible que nunca que, sin el
objetivo del todo, las partes fracasan. Es por ello que las partes deben
colaborar entre sí para beneficio del todo, demostrando así que la solidaridad
produce más riqueza que la competencia. Cuando lo que se busca es un servicio
público de calidad destinado a la realización humana, no deja de ser una
contradicción entrar en esa vorágine destructora de esa competencia donde se
busca rebajar costes a costa de la servidumbre del trabajo, puesto que,
precisamente, una de las metas de la realización humana debe ser –repetimos- el
trabajo liberador, creativo. De ahí que aspiremos a convertir al empresario en una figura comprometida
socialmente.