1. Toda
producción de bienes materiales, así como las formas de distribución y cambio
inherentes a la misma, sólo son relativas a la afirmación de la singularidad
humana y natural, considerada la primera tanto al nivel del individuo como al
nivel del Nosotros.
2. Todo el
proceso de la vida social se sustenta con la energía humana (fuerza de trabajo)
consumida en el trabajo humano necesario para el mantenimiento de dicha vida
social y con la energía tomada de la naturaleza.
3. El
gasto de energía en ambos casos ha de ser conforme al objetivo de restituir a
ambos sistemas a sus condiciones óptimas iniciales. No se puede gastar más
energía que aquella que permite la regeneración óptima del sistema
4. Para que una ciencia
sea ciencia -incluyendo a la economía- ha de poseer un patrón de medida que
tenga un valor universal y cuya alteración sea controlable.
5. El único patrón de medida
que reúne tales exigencias es el valor de la fuerza de trabajo en su estado
óptimo, conforme a las posibilidades de un determinado tiempo, y medida en
tiempo necesario de trabajo social.
Corolario: Como el patrón de
medida no puede ser comparado, no puede tampoco ser intercambiado. Luego no
debe haber mercado de trabajo.
6. Se
considera constitutivo de la fuerza de trabajo todo lo relativo al cuerpo que
puede experimentar desgaste en el proceso de trabajo, esto es, todo tipo de
energías (física, psicológica, mental).
7. El
cuerpo humano ha de ser asimismo el patrón de todo medio o instrumento de
trabajo, de tal manera que éstos se adecuen perfectamente a las características
del mismo, con el fin de enriquecer siempre sus posibilidades.
8. El
valor real de un producto del trabajo es aquel que puede medirse objetivamente.
9. Sólo se
puede medir objetivamente la energía humana y natural consumidas por el
trabajo.
10. El valor de utilidad de un producto del trabajo y, por lo tanto,
de un trabajo, depende de su mayor o menor grado de adecuación al fin inmediato
para el cual ha sido concebido, así como su adecuación al fin último de toda
utilidad: la plena afirmación de la Vida. Que para la naturaleza significa
potenciar su biodiversidad, y para el ser humano el mantenimiento óptimo de la
fuerza de trabajo y la máxima potenciación del trabajo libre o aquel que
se realiza por él mismo -también denominado trabajo vocacional-, reduciendo
paralelamente el trabajo dependiente o relativo, que es aquel que se realiza
con vistas a un fin externo a él mismo. El trabajo libre es también aquél que
se realiza por él mismo, por lo que la ley de su realización es esencialmente
el sujeto que lo lleva a cabo.
11. Un trabajo o un producto
posee un valor negativo de utilidad aunque se adecue perfectamente al fin
inmediato para el que ha sido concebido o tenga un “gran éxito de mercado” si
perpetúa más allá de lo necesario el trabajo relativo, si no contribuye al
mantenimiento óptimo de la fuerza de trabajo y, por último, si atenta contra el
poder de autorregeneración de la naturaleza y, por lo tanto, a su
biodiversidad.
12. Las ideas no se desgastan;
pueden ser válidas y, en determinadas condiciones, dejan de serlo. Son patrones
cualitativos, en relación a los cuales se realizan procesos económicos.
Corolario: Como las ideas no se
desgastan, es imposible “restituirlas”. Luego las ideas tienen un valor
incalculable. Ni se compran ni se venden.
13. Trabajo libre es aquél que no
puede ser realizado por una máquina, puesto que es inherente a la singularidad
del que lo realiza, y, por lo tanto, el producto resultante lleva impreso el
sello de la originalidad (ver asimismo el punto 10 para completar).
14. Toda
realización auténticamente singular es un patrón de medida en relación a otras
producciones, y, en tanto que tal, no puede compararse; luego no tiene precio.
Es propiedad universal.
15. Un ser vivo no es una máquina, y el ser humano menos que
ningún otro.
16. La repetición en serie de un trabajo originalmente libre lo ha de hacer una máquina.
17. El dinero es el reconocimiento social de los límites del poder de realización sin las realizaciones de los otros.
Corolario 1: El dinero es la expresión de la necesaria solidaridad allí donde todo poder de realización es limitado, como sucede en las sociedades altamente complejas y basadas, por lo tanto, en una elevada división social del trabajo.
16. La repetición en serie de un trabajo originalmente libre lo ha de hacer una máquina.
17. El dinero es el reconocimiento social de los límites del poder de realización sin las realizaciones de los otros.
Corolario 1: El dinero es la expresión de la necesaria solidaridad allí donde todo poder de realización es limitado, como sucede en las sociedades altamente complejas y basadas, por lo tanto, en una elevada división social del trabajo.
Corolario 2:
-La administración de la
disponibilidad del dinero equivale a la administración de la solidaridad
social.
-Las entidades financieras
privadas propias del capitalismo administran la solidaridad social en beneficio
propio.
18. Quien más dinero necesita para la restitución y mantenimiento de
la fuerza de trabajo –trabaje o no- es quien menos poder verdadero tiene (poder
corporal, psicológico o espiritual).
19. Hay dos tipos de
elección económica: la elección libre y la elección relativa o dependiente. La
primera es inherente a la singularidad de quien elige, y, por lo tanto,
mantiene o potencia su poder de realización, mientras que la segunda sólo es
relativa a las realizaciones de los otros.
20.Toda elección (económica)
relativa o dependiente que se subordine en primer lugar a una elección libre es
una elección racional. En caso de no ser así, la denominamos elección edípica.
21. El capitalismo es un
sistema económico-social que potencia la elección edípica sobre la racional.
Corolario: El capitalismo es un
sistema económico irracional porque subordina la libre elección a la elección
edípica, sustituyendo la justa solidaridad por una dependencia servil, y la
justa afirmación de la singularidad por un individualismo egoísta y
gregario.
22. Llamamos Orden de justa
solidaridad a aquél en el que la afirmación del poder de los que pueden (mayor
inteligencia, energía espiritual, amor, etc.) implica el desarrollo o
potenciación del poder de los que no pueden.
23. El orden de la justa
solidaridad es el necesario para el establecimiento del Orden de la libertad,
que es el inherente a la afirmación de la singularidad de sus partes, por
cuanto la afirmación de la singularidad de cada una implica la afirmación de la
singularidad de las demás.
ALGUNAS IDEAS DE AFIRMACIONISMO POLÍTICO.
El desarrollo de unos nuevos
principios y formas de actuación y organización políticos deben encontrarse
basados, inevitablemente -si aspiramos seriamente a su efectiva realización- en
una nueva definición de las relaciones humanas e, incluso, de la concepción
misma del ser humano tal y como se encuentra hoy entendida de forma
prácticamente generalizada. En este sentido, hoy poseemos un nuevo reto: la
creación de un nuevo Nosotros más universal que aquél basado no sólo en la
solidaridad a través del trabajo manual, sino en el principio de que la
afirmación de cada uno de nosotros en su singularidad implica, necesariamente,
la de los otros, y no es, al contrario, un límite. Es decir, que frente a
la libertad confinada burguesa, según la cual mi libertad acaba donde empieza
la de los otros –y que implica inevitablemente la falta de entendimiento-
resulta necesario plantear que la libertad, o es solidaria –en el sentido de
que depende de la libertad de los otros, y viceversa-, o no lo es.
En definitiva, no estamos sino
planteando una revisión de categorías que dominan nuestro pensamiento –y por
tanto nuestra forma de concebirnos y, a su vez, consecuentemente, de
relacionarnos y actuar- y que pertenecen a la ideología dominante (que,
recuérdese, es la de la clase dominante), como esta concepción individualista
de la libertad. Una idea de la libertad, además, que no sólo nos convierte en
individuos aislados empeñados en la realización de proyectos particulares –y
que da lugar al “hombre entrópico” (o dominado por la entropía), como lo
denominamos-, sino que se ha convertido en uno de los instrumentos más
poderosos de culpabilización humana. Es decir, en lugar de contemplarnos como
seres en proceso de conquista de su libertad –y una comprensión de nuestro
carácter intrínsecamente solidario puede contribuir a su ampliación-, nos concebimos
como seres –especialmente a los “otros”- que eligen de forma abstracta entre el
“bien” y el “mal”. Esto nos da un falso poder para juzgar y condenar
permanentemente, en lugar de poner nuestro énfasis en comprender todo lo que
nos falta para lograr ser verdaderamente nosotros mismos. Y sólo una concepción
de la libertad basada no en la elección puntual, sino en el pleno desarrollo de
todas nuestras potencialidades humanas –o ser verdaderamente lo que somos, lo
cual nos hace ya singulares- (y sin lo cual no somos libres), puede hacernos
avanzar, precisamente, hacia su consecución.
Es por todo lo anterior que nos
hemos atrevido a plantear, en función de esta nueva concepción de la
libertad –entendida como la plena y justa realización de lo que se es-,
unos nuevos principios de relación humana, que puedan guiar de alguna manera
nuestra actuación. Para ello nos hemos basado en el concepto de singularidad,
entendiendo que el desarrollo de nuestros más elevados potenciales
–especialmente nuestra capacidad creadora a todos los niveles- nos hace
singulares, y por tanto libres, siempre que ese desarrollo, como hemos dicho,
se base asimismo en el desarrollo de la singularidad de los otros,
imprescindible para el nuestro propio. Así, pues, hemos considerado también que
una sociedad sólo puede entenderse como libre si se vuelca en potenciar la
singularidad de sus miembros –empezando por el desarrollo de la vocación-, muy
al contrario de lo que sucede en nuestras sociedades, donde los fenómenos de
“masas” –o de vulgarización a gran escala- están tan extendidos y potenciados,
al tiempo que se fomenta el protagonismo excesivo de personajes en buena medida
artificiales.
Estos principios de los que
hablábamos (que consideramos imperativos categóricos universales) son los
siguientes:
1. Ser uno mismo en relación a un Nosotros en el que la afirmación de cada singularidad implique la afirmación de todas las demás.
2. Lo anterior implica que cada
uno de nosotros se definiría, al mismo tiempo, como «único» y como «otro más».
Es decir, nuestra singularidad nos convierte en un referente o ley para los
otros (únicos), al tiempo que obedecemos a la singularidad de los otros (y en
ello nos convertimos en “otros más”). Pero en las singularidades, desde el
momento en que significan plenitud personal, no se compite, sino que se
comparte.
3. Ser uno para ser diferentes.
Las diferencias separadas no llegan a la unidad de lo Uno; es lo Uno lo que se
hace diferencia. En la unidad, lo singular no es algo separado del resto, sino
afirmativo del otro (amor) y de uno mismo (dignidad, autoestima,
transparencia).
Uno de los medios y, a su vez,
expresiones esenciales del proceso de singularización humana, es el trabajo
libre, vocacional o creativo. También lo llamamos trabajo esencial o auto-referenciado,
porque en él se toma como componente esencial del trabajo al trabajador mismo,
y no sólo el producto o el medio de su trabajo. El trabajo auto-referencial se
dirige tanto hacia el sujeto como al objeto, aunque teniendo en cuenta que el
sujeto es lo esencial y siendo su labor perfeccionar tanto uno como otro. Por
el contrario, el trabajo que no potencia la singularidad del que lo ejerce es
el denominado “hetero-referencial”, en el sentido de que la referencia de ese
trabajo es externa a lo esencial del propio sujeto. Es el trabajo dirigido
fundamentalmente a satisfacer las necesidades del cuerpo, así como otras
referencias externas a lo esencial de la propia conciencia humana (dinero,
prestigio, etc.), tendiendo, por ello, a vampirizarlo o agostarlo, en lugar de
potenciarlo. Se trata del trabajo que la terminología marxista daba en llamar
trabajo alienado, que no es otro, en definitiva, que el que limita al ser
humano porque no pone en juego la propia singularidad. Y en cuanto esto ocurre
no se trata, en consecuencia, de un trabajo libre.
Es por ello un hecho muy triste que se
hable de “economía libre de mercado”, una economía donde las cosas se
diferencian precisamente por lo más indiferenciado, que es el dinero, y no por
la singularidad humana, que es lo que auténticamente se diferencia. La
libertad, pues, debe situarse en su justo lugar: no allí donde se realiza el
intercambio, sino donde se produce el trabajo, sabiendo muy bien porqué se
trabaja y para qué. Y todo esto fuerza a reivindicar una SOCIEDAD DE TRABAJO
LIBRE, que es la que responde a la singularidad humana y protege y afianza
todas las formas y grados de la vida.
Se hace, por tanto, urgente,
definir un nuevo patrón de medida del trabajo humano que mida su
verdadero desgaste y necesidades de restitución, pues a partir de él se podrán
medir las retribuciones directas e indirectas que deberán aportarse por la
sociedad a sus miembros. En otras palabras: la medida del valor ya no puede
estar basada en la mera reproducción de la fuerza física de trabajo, y tampoco
puede seguir siendo variable, dependiendo del mercado o de la clase social.
Debe ser universal –esto es, ser igual para todos- y, además, procurar que la
fuerza de trabajo se restituya a todos los niveles (físico o biológico,
psicológico, cultural y –para los creyentes-, también espiritual). De esta
forma, sería necesario crear una línea de investigación acerca de las
necesidades surgidas de las diferentes actividades humanas, de forma que se
vayan creando criterios generales, pero que puedan ir variando con el tiempo,
en función de la propia evolución humana y de los medios de trabajo.
En función de un nuevo patrón
de restitución del desgaste del trabajo –basado, pues, en lo que venga a
considerarse una vida digna a todos los niveles, desde los más básicos a los
más elevados-, éste, proponemos, puede venir a restituirse de dos maneras:
-Unos ingresos salariales –o
sus equivalentes- directos, que abarquen un abanico de diferencias lo mínimas
posibles.
-Unos recursos sociales que deberán volcarse especialmente hacia aquellos que sufren –por las razones que sean- más desgaste.
De esta forma, a diferencia del
elemental comunismo primitivo y del que llamamos comunismo de clase (o aquel
que se establece en función de una clase particular que se toma como universal
y que aspira al máximo desarrollo de las fuerzas productivas de ese momento),
aspiramos a un nuevo comunismo: el comunismo de los seres humanos libres, que
establezca un tope al patrimonio privado, un abanico salarial o de ingresos
mínimo, y recursos sociales indirectos para el desarrollo del ser humano en
cualquier plano.
En función de todo lo anterior,
deben redefinirse también los conceptos mismos de Estado y democracia.
Entendemos la sociedad de clase –y, consiguientemente, sus Estados- como el
sistema dirigido a defender los intereses fundamentales de un grupo humano –el
grupo dominante-, incluidas sus necesidades de identificación y distinción, y,
sólo subsidiariamente, los de otras clases o grupos sociales. En el
capitalismo, es precisamente ese principio básico el que viene regulado por el
mercado. Sin embargo, sin principios ni fines comunes aparece inevitablemente
la entropía entre los seres humanos. Es, por ello, tan importante que
conozcamos qué es lo que, socialmente, se tiene derecho a tomar –en nuestro
criterio, sólo aquello que se desgasta-, para conocer también lo que se ha de
dar. Es en esto en lo que ya entra precisamente la función del Estado. Así,
creemos que se debe entender el Estado como la forma de organización de poder de
todos para afirmar y garantizar el poder de cada uno. Algo que, desde luego, no
ocurre con el Estado capitalista, en el que el poder se concentra para
garantizar el del grupo dominante, y en el que tampoco se garantiza el
auténtico poder de cada uno –entendido éste como el máximo desarrollo de sus
posibilidades humanas, con todo lo que ello conlleva. Y, en ese mismo sentido,
la democracia debe entenderse como el poder de “nosotros mismos”, es decir,
como afirmación de la singularidad solidaria: como grupo colectivo en ese
Estado y como singularidad individual, pero siempre en ambos sentidos y nunca
en detrimento de cualquiera de ellos.
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